viernes, 9 de abril de 2010

Lección musical de la torpeza

El orden mecánico de la orquesta sobre el escenario sólo lo rompe aquel hombre vestido de gris, allí al fondo. Ése en la esquina, a la izquierda del contrabajo. El tímido que mira sus pies y castañea mientras el imponente cuerpo de vientos remonta surcando las líneas que dicta una rígida partitura.

El estruendo de los instrumentos los acalla, pero desde aquí se adivinan los torpes gemidos que se le escapan al hombre de gris cediendo al temor. Le aprisionan el pecho. Son los nervios cuando se mascan y paralizan.

La estirada violinista, ajena a los desastrosos ademanes de nuestro hombre de gris, se arranca en un solo ciertamente empalagoso, que sin embargo no tarda en atrapar al cenizo auditorio allí presente. Delicias para arrugas y visones empapados con pachuli. El éxtasis es tal, que la escueta dama musical llega a afirmar tras la actuación haber logrado "abrazar para sí el compás", devuelto después al respetado "convertido en una delicada espiral de notas".

Tras la enjuta mujer, suenan los engalanados trompetistas, quienes a pesar de romper acordes, centrifugar con ellos cada partícula de aire susceptible de ser movida, y batir todos y cada uno de los cristales de las lámparas que cuelgan del fastuoso techo isabelino del recinto, logran heroicamente no despertar un sólo pliegue de más en sus recalcitrantes trajes conservados en almidón.

Para cuando llega el turno del hombre gris, el arrugado tamborilero que mira al suelo, la gélida partitura interpretada por la orquesta ya ha cubierto todo el suelo de escarcha.

Los golpes temblorosos en el parche del instrumento suenan torpes, atropellados. Aunque tampoco esta vez el desorden de los caóticos impactos deje escucharlos, se adivina aún el silbido de sus rudos y grisáceos gemidos quebrados.

Sus pies están fríos. Pero es su torpeza la que logra hacer de lo irreal algo fantástico, dejándose tocar, atravesar y calentar con la mirada.

La orquesta finaliza, y ahí queda él, con sus dedos congelados, toscas manos, aún sentado un buen rato en su esquina, a la izquierda del escenario. También yo siento un escalofrío recorrer mis zapatos. Sólo un ligero y raudo golpe de viento. Pero claro, es que sólo soy una mera aprendiz de los placeres de la torpeza.

La fotografía es de World Island Info (Flickr)

2 comentarios: